Pero tú ya no me muerdes.
Cuando te vi quise albergarme en tus colmillos, que me apretara tu mandíbula, hacerme pequeña, tan pequeña. Mínima en tus mandíbulas, muñeca arruinada que escucha el crujir de sus propios huesos.
Cuando te vi quise ofrecerme a tus dientes. Yo estaba en la mitad de la vida, sin poder avanzar ni retroceder, y si tú me quebrabas todos los huesos no tendría otra opción que enroscarme a tus pies, esperando sólo que no me arrojaras de ahí. Quise que no hubiera manera de irme. Así tan tuya quise ser.
Y ahora no me muerdes. Estas ahí, poniéndome tus ojos lastimeros. Esperando mis palabras. Tú no me muerdes. Tú no me miras. Tú no me hablas. Tú dejas que me vaya.