Sin voz, desnuda


Sin armas. Ni las dulces 
sonrisas, ni las llamas 

rápidas de la ira. 
Sin armas. Ni las dulces 
sonrisas, ni las llamas 
rápidas de la ira. 
Sin armas. Ni las aguas 
de la bondad sin fondo, 
ni la perfidia, corvo pico. 
Nada. Sin armas. Sola. 
Ceñida en tu silencio. 
«Sí» y «no», «mañana» y «cuando» 
quiebran agudas puntas 
de inútiles saetas 
en tu silencio liso 
sin derrota ni gloria. 
¡Cuidado! que te mata 
-fría, invencible, eterna- 
eso, lo que te guarda, 
eso, lo que te salva, 
el filo del silencio que tú aguzas.


Pedro Salinas

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